Fer Mavec

Hello Wolf!

La soledad del emprendedor invisible: bienvenidos al club de los que aún no existen

Dicen que emprender es un camino solitario.
Mentira.
Emprender es un pueblo fantasma.
Un desierto donde caminas con la mochila llena de ideas, código, insomnio y Google Docs sin abrir…
…y no hay nadie.

Silencio.

La gente ama las historias de éxito.
La app que “revolucionó todo”. El proyecto que “transformó vidas”.
Pero nadie quiere hablar del proceso anterior: ese purgatorio donde no tienes producto terminado, ni usuarios, ni prensa, ni premios, ni palmaditas.
Solo ganas. Y una sospecha incómoda de que quizá estás haciendo todo mal.

Bienvenidos a la soledad del emprendedor invisible.
Ese que trabaja cada día en una idea que aún no existe.
Ese que construye sin saber si alguien más, algún día, va a darle clic.

No hay likes.
No hay feedback.
Apenas y hay batería.

Y claro, siempre hay alguien que te dice: “Lo importante es creer en ti”.
Hermoso. Gracias, coach emocional.
¿Quieres también pagar el hosting?

Trabajar en algo que nadie conoce todavía es como gritar en una cueva con eco lento.
Las ideas rebotan. Se afinan. Se corrigen.
Pero el silencio sigue.
Y con él, la duda: ¿vale la pena esto que estoy haciendo? ¿O me estoy convirtiendo en un loco que le habla a un algoritmo imaginario?

Spoiler: no lo sabes.
Y eso es lo más jodido.

Porque no tener validación externa cuando estás lanzando algo es como caminar sin sombra.
Estás tú… y nada más.
Ni aplausos.
Ni críticas.
Ni “oye, se ve chido”.

Solo trabajo.
Invisibilidad.
Y un perro que te ve como diciendo: “hermano, mínimo sal a oler pasto”.

Lo curioso es que este silencio también es libertad.
Cuando nadie te ve, nadie te interrumpe.
Nadie te exige métricas, ni roadmaps, ni “pivotar”.
Puedes pensar. Puedes afinar.
Puedes construir algo que tenga sentido antes de que el mundo lo arruine con sus expectativas.

Pero no te confundas: la soledad no es romántica.
No hay velas. No hay paz.
Hay tensión muscular. Hay miedo. Hay días donde hasta la tostadora te juzga.

Y sin embargo, es necesaria.

Porque las ideas verdaderas no nacen en las luces del escenario.
Nacen en la trinchera.
En la noche silenciosa.
En la pantalla que parpadea.
En ese instante ridículo en el que, por quinta vez, piensas que esto no tiene sentido, pero igual sigues escribiendo.

Así se construye. Así se emprende.

Si estás ahí, en esa etapa sin testigos, sin prensa, sin “caso de éxito”, solo con tu proyecto y tu terquedad…
felicidades.No eres nadie.
Y eso, por ahora, es perfecto.

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