Fer Mavec

Hello Wolf!

Alejandro Magno en hipoglucemia: cuando el cuerpo es tu peor traidor

Imagina lo siguiente…

Gaugamela. Año 331 a.C.
Miles de soldados. Estrategias diseñadas al milímetro.
Darío III en su carruaje con más lujos que un narco en Las Lomas.
Y Alejandro Magno, el gran conquistador, el hijo de Zeus (según su mamá, que claramente tenía issues), al frente de su ejército.

Todo está listo.
Las tropas alineadas. La caballería inquieta. El viento sopla heroico.
Alejandro alza la espada, va a dar la orden de cargar…
…y de pronto, le tiemblan las manos.
El sudor le escurre.
Ve borroso. Se le nubla el juicio.

No es misticismo.
No es un presagio.
Es una puta hipoglucemia.

El gran Alejandro Magno, el mismo que cruzó el Helesponto sin GPS, está teniendo una baja de glucosa en plena batalla.
Y nadie lo sabe.
Nadie sospecha que ese silencio repentino no es una estrategia brillante… sino el cerebro apagándose como antorcha bajo la lluvia.

Sus generales lo miran.
—¿Atacamos ya, mi señor?
—¿Qué? ¿Quién dijo eso? ¿Soy… una gallina?

Alejandro ve a Darío como una sombra amorfa.
Cree que el escudo de su enemigo es una rebanada de pan.
Intenta subir al caballo, pero abraza una roca.

Uno de los escuderos, desconcertado, le ofrece agua.
Otro le da dátiles.
Uno más sugiere que invoquen a Apolo.
Todos están perdidos.
Alejandro está al borde del colapso.
Y Darío… sigue ahí, esperando que el enemigo lo enfrente y no se derrumbe en cámara lenta.

Bienvenido al infierno privado del cuerpo que no coopera.
La escena es ridícula.
Y por eso es precisa.

Porque así se siente vivir en un cuerpo que, por razones misteriosas y bioquímicamente jodidas, decide que hoy no.
No importa si tienes visión, liderazgo, ejército o plan.
Si el cuerpo se desconecta, te arrastras.
Y lo haces sin gloria, sin banda sonora, sin nobleza griega.

Porque cuando el cuerpo no coopera, no hay épica.
Hay pánico. Hay caos.
Y tú, tratando de mantener la dignidad mientras te preguntas si eso que sientes es una baja… o una maldición de Hera.

Y sin embargo —igual que Alejandro ficticiamente hipoglucémico— te mantienes.
A ratos sentado. A ratos fingiendo que todo está bajo control.
Esperando que los dátiles surtan efecto y puedas volver a la batalla.

Así es vivir con un cuerpo que juega en contra:
Tomar aire. No rendirte.
Y volver, aunque sea arrastrándote, a levantar la espada cuando el azúcar suba de nuevo.

Porque sí, a veces eres el conquistador.
Pero otras, apenas eres el que intenta recordar su nombre mientras su cuerpo se apaga.Y aún así, peleas.
Esa es la verdadera victoria.

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