La resiliencia.
Esa palabra elegante que los psicólogos usan para decir: “aguanta vara sin quejarte tanto”.
Los emprendedores la ponen en sus bios como si fuera un músculo abdominal: “CEO con alta resiliencia, low carb y mindset disruptivo”.
Y tú te la crees… hasta que la vida te escupe fuego.
Así que aquí va la verdad:
La resiliencia no se entrena.
No es crossfit emocional.
Es más como tener un dragón interno.
Y no hablo de la mascota amigable de Cómo entrenar a tu dragón, ese lagarto volador con nombre de peluche.
No, no.
Tu dragón real es más tipo Balerion el Terror Negro, ese de Game of Thrones que era tan enorme que tapaba el sol y tan impredecible que ni su jinete dormía tranquilo.
Ese es tu dragón:
La ansiedad, el miedo, la incertidumbre, la presión de saber que si hoy no haces nada, nadie lo hará por ti.
Y sí, puedes ponerle nombre, puedes leer libros, puedes hasta hablarle bonito.
Pero ese cabrón te escoge a ti.
Y cuando se le da la gana, te prende en fuego como si fueras un pinche pollo en rosticería.
Pero —y aquí está la parte jodidamente maravillosa— también es el que te recuerda quién eres.
Que no eres espectador.
Eres jinete.
Montas esa bestia.
A veces con gracia, otras con gritos.
Y sí, a veces como guerrero épico, y otras como la Khaleesi en crisis hormonal.
Todo depende de cómo se levante tu género emocional ese día.
Entrenar la resiliencia es entonces montar a ese dragón todos los días, sabiendo que:
- Vas a oler a humo.
- Te vas a quemar.
- Vas a querer bajarte.
- Y nadie va a venir a rescatarte.
Pero también vas a volar.
A ver cosas desde otra perspectiva.
A descubrir que no eres fuerte porque puedes con todo, sino porque sigues avanzando cuando todo dentro de ti grita “me quiero largar de aquí”.
Mi dragón me ha escupido fuego en medio de lanzamientos fallidos, bugs imposibles, bajones de energía, silencios eternos, y esa cosa llamada “realidad mexicana”.
Y sin embargo, lo sigo montando.
No por valiente, sino porque ya no hay dónde bajarse.
Y porque una vez que sobrevives la primera quemadura… aprendes a oler el fuego antes de que llegue.
La resiliencia no se mide por cuántas veces caes, sino por la capacidad de mirar al dragón a los ojos y decirle:
«Sí, otra vez tú. Ya sé. Vamos. Pero esta vez… con casco.»Así que no entrenes a tu dragón.
Entrénate para no bajarte.
Para aguantarle la mirada.
Y para recordarle que por más fuego que tenga… tú sigues aquí.
Con la silla derretida, los nervios fritos… pero las riendas bien agarradas.