Fer Mavec

Hello Wolf!

Lo hiciste con amor… pero nadie lo quiere: el dilema del desarrollador

Hay un fenómeno común en el mundo del desarrollo digital: el síndrome del monolito. No el de los edificios gubernamentales —esos ya sabemos que son feos y opresivos—, sino el de 2001: Odisea del Espacio. Esa estructura perfecta, negra, impenetrable, que aparece de la nada y cambia la historia… sin explicar absolutamente nada.

Así se sienten muchas aplicaciones hoy en día. Especialmente en health tech, donde cada desarrollador quiere dejar su legado como si estuviera construyendo una catedral de Notre Dame para medir la presión. Y no, nadie pidió eso. La mayoría solo quiere saber si se puede comer un plátano sin morir.

El problema es el ego. Porque el ego programador no construye herramientas, construye obras. Monumentos. “Miren qué algoritmo tan bello, miren qué UX tan limpia, miren cómo predigo tu nivel de azúcar, tu estado de ánimo y tu futuro amoroso con solo ingresar tu peso y tu signo zodiacal”.

Y mientras tanto, el usuario abre la app, ve 12 botones, 4 gráficas, 2 notificaciones push, y decide que mejor se va a morir sin monitoreo. Porque al parecer, vivir con una enfermedad crónica es menos estresante que usar una app que se cree el Oráculo de Delfos.

Minimalismo no es estética. Es sentido común con buen gusto. Es saber que menos no es poco, sino suficiente. Es tener la decencia de no convertir un medidor de glucosa en una sala de escape.

Pero para llegar ahí, hay que pasar por el infierno del “feature creep”: esa etapa en la que se cree que todo puede mejorar con una capa más. “¿Y si además tiene un foro?”, “¿Y si genera memes motivacionales?”, “¿Y si sugiere recetas keto basadas en tu humor del día?” Y así, hasta que la app se convierte en un Frankenstein funcional con la elegancia de un power point de secundaria.

Y luego, cuando todo falla, llega la iluminación. El minimalismo aparece no como una elección estilística, sino como una rendición. Como el último recurso antes del colapso. Y ahí ocurre la alquimia: se borra, se reduce, se simplifica. Se convierte el monolito en piedra. El monumento en herramienta. El insulto al usuario en un gesto amable.

El verdadero éxito no está en lo que se ofrece, sino en lo que se omite con inteligencia.

Porque al final del día, nadie quiere vivir una odisea espacial cada vez que abre su celular para revisar su salud. Lo que quieren es funcionalidad. Algo que funcione sin explicarse. Que sirva sin presumirse. Que esté ahí, como el silencio cuando se necesita pensar, como una piedra útil en el bolsillo… no como un bloque de granito que exige adoración.

Así que sí: en el desarrollo, como en la vida, la verdadera genialidad no es inventar más. Es tener el coraje de dejar ir. De borrar. De callar. De hacer que lo complejo se sienta como magia simple.

Y si eso no es revolucionario… entonces todo mal.

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