Fer Mavec

Hello Wolf!

Burnout Club
julio 28, 2025 | Fer Mavec

Bienvenido al Burnout Club

“Bienvenido a Burnout Club”

Esta es tu vida y se está acabando un sprint a la vez. Te levantas a las 5 a. m., bebes café keto con MCT y vomitas credenciales de LinkedIn, porque en Silicon Valley la vigilia es religión y el sueño, pecado venial. Yo soy Tyler Durden versión start-up: cofundador, CTO, profeta del “pivot o muere”. Y, por cierto, mi páncreas quebró antes que WeWork, mis retinas funcionan tan bien como la contabilidad de Enron y mi ansiedad cotiza al alza en Nasdaq.

Dicen que emprender es fabricar futuro; en realidad fabricas incendios con el cuerpo como yesca. El hustle porn vende serotonina de garrafón: “Trabaja mientras los otros duermen”. Hermano, yo no duermo: monitoreo glucosa a las 3 a. m., respondo Slack a las 4 y a las 5 ya estoy explicándole a mi perro guía—aka QA engineer—por qué el deploy rompió producción y mi cordura.

La diabetes no es inconveniente, es stakeholder: exige KPI de insulina minuto a minuto. La ceguera, mi maestra UX; me obligó a diseñar pantallas que un murciélago con hang-over entienda. Y la ansiedad… bueno, ella es CFO: calcula cuántos pensamientos catastróficos por segundo puede soportar el cash-flow emocional antes de declararme en Chapter 11 espiritual.

Burnout es la fiebre de los fundadores: te asa el lóbulo frontal, te deja ojeras Pantone #000000 y te convence de que la próxima feature salvará el trimestre y tu autoestima. Spoiler: no hay feature suficiente para llenar un agujero existencial del tamaño de SoftBank. Pero seguimos codificando, porque parar sería confesar que la start-up somos nosotros—y estamos glitcheados de fábrica.

¿Recuerdas la primera regla de Fight Club? No se habla de Fight Club. La primera regla de Burnout Club es negar que estás quemado. Sonríes en Zoom, ocultas el temblor hipoglucémico bajo un filtro “piel radiante” y sueltas un “¡Todo genial, equipo!”. Mientras tanto, tu corazón corre maratones y tu Apple Watch manda alertas que ignoras con la elegancia de un político ante un reporte de corrupción.

Yo predico el evangelio del “minimum viable sanity”. Itera, pero también inhala. Refactoriza código y hábitos: git push + siesta táctico-anárquica. Dile a tu ego que un pull request rechazado duele menos que una amputación por neuropatía. Y si el inversor exige horas extra, recuérdale que sin fundador vivo no hay exit glorioso—solo un obituario en TechCrunch con emojis de condolencia.

La ceguera me dio superpoder auditivo; ahora escucho las mentiras corporativas como murmullo ultrasónico: “Cultura flexible” significa trabajar domingos, “familia” es sinónimo de equity diluido y “bienestar” una suscripción a Headspace pagada en plan básico. Mi consejo: imprime esas frases en papel reciclado y úsalo de yesca para encender la fogata donde quemes tu síndrome del impostor.

Sí, soy un Tyler Durden con cap table: detesto la mediocridad complaciente, pero adoro la disrupción con fines de lucro—la contradicción que todo gurú niega y todo balance celebra. Quiero romper el sistema… cobrando SaaS mensual. Quiero libertad… con stock options. Y quiero salud… aunque mi cuerpo sea ese servidor legacy que parcha cada madrugada.

Así que, recluta, si te unes a Burnout Club recuerda: no hay trofeo para el mártir que entrega la última línea de código antes de colapsar. Hay facturas médicas, silencios incómodos y un panteón lleno de proyectos “revolucionarios” que murieron por falta de backup humano. Rompe el ciclo: apaga la laptop, inyecta insulina, abraza al perro—o al bug—y ríe de la ironía.

Porque la segunda regla de Burnout Club es: si empiezas a arder, asegúrate de alumbrar tu propia salida. Y, créeme, nada quema tan brillante como un emprendedor que aprendió a pivotar antes de convertirse en ceniza premium para el siguiente keynote motivacional.

Share: Facebook Twitter Linkedin
Cambiar estrategia
julio 22, 2025 | Fer Mavec

Cambiar la Estrategia

Napoleón cruzó la frontera rusa convencido de que la victoria era un trámite. Llevaba mapas impecables, discursos épicos y un ego blindado; le faltó, sin embargo, alguien que le chismeara que el invierno no firma armisticios. Eso mismo le pasa al emprendedor que imagina rondas de inversión color pastel y termina lidiando con facturas impagas, clientes fantasmas y un backlog que huele a trinchera. Porque el camino real no respeta el pitch deck: se extiende, se hiela, te muerde los talones y encima te exige sonrisa.

Yo lo sé: dirijo mi pequeña “Gran Armada” con diabetes, ansiedad y un perro que me sirve de radar en la niebla. Son mis condiciones de combate, no la batalla. La guerra —verdadera— es emprender. Y como Bonaparte, salgo cada mañana a conquistar Moscú con un MVP bajo el brazo y un ejército de páginas en Notion que prometen gloria. Pero de pronto, la ruta pavimentada se convierte en pantano: el algoritmo cambia, el usuario bosteza, el servidor arde. La épica se desinfla y solo queda la tundra.

El problema no es fracasar, sino no darte cuenta de que ya lo estás haciendo. Napoleón siguió avanzando kilómetros después de que la logística se quebró; uno sigue iterando features cuando el mercado ya selló su veredicto: meh. Cambiar de estrategia exige el músculo que más duele entrenar: la humildad. Porque para pivotar hay que declararse en bancarrota emocional: “Esto no está funcionando y es culpa mía, no del clima, no del algoritmo, no de Mercurio retrógrado.”

En teoría es sencillo: observa, aprende, corrige. En la práctica se siente como amputarte la pierna creativa en pleno galope. Hay un sesgo de terquedad tatuado en nuestra frente que susurra: “Otra sprintsito más y sale”. Fue el susurro que congeló a Francia en las estepas. Hoy congela startups en su propia deuda técnica.

¿Cómo se afina el radar para detectar la tormenta antes de que entierre al proyecto?

  1. Inventario brutal: cuenta recursos como quien cuenta balas. Si tu runway es un bostezo, no planees maratones de funcionalidades nuevas.
  2. Versiones mínimas, no monumentos: el Palacio de Invierno no se toma con maquetas 3 D; se toma con prototipos que espían rápido y escapan antes de que llegue el frío.
  3. Consejeros anticongelación: busca al equivalente de esos generales que recomendaron retirada. Mentores que no teman decirte: “Estás empantanado, regresa y reagrupa.”
  4. Mapas vivos: los OKR impresos en mármol son lápidas. Cada trimestre reescribe tu hoja de ruta como si Moscú se hubiera movido diez centímetros —porque lo hizo.

La verdadera hazaña no es llegar sino ajustar el timón sin hundir la nave. Napoleón volvió a París con menos hombres y más preguntas; los emprendedores volvemos al tablero con menos fondos y más arrugas. La victoria, si llega, no premia la inercia sino la conciencia: ese segundo incómodo en que admites que tu ruta heroica es, en realidad, una masacre logística.

Así que guarda en tu bolsillo un termómetro de realidad. Cuando empiece a marcar cero grados en métricas, moral o mercado, no intentes motivarte con frases de LinkedIn; busca abrigo, replantea el plan, recorta peso muerto y cambia de marcha. El frío no perdona a los testarudos.

Napoleón perdió Moscú pero aprendió a no subestimar la distancia entre el mapa y el terreno. Si nosotros tenemos la lucidez de aceptar que el camino se dobla —y el coraje de doblarnos con él— quizá regresemos con menos oros en la charretera, sí, pero con la empresa todavía respirando y el futuro aún negociable.

Porque al final, conquistar algo no es imponer tu voluntad al mundo; es negociar con las ventiscas y redibujar tu estrategia antes de quedar sepultado bajo nieve ideológica. Y eso, amigo emprendedor, vale más que cualquier medalla acuñada en un PowerPoint triunfal.

Share: Facebook Twitter Linkedin
Tengo Ansiedad
julio 4, 2025 | Fer Mavec

Tingi ansiedid. Y otras formas elegantes de decir que soy una bomba con patas

Tingi ansiedid.
Lo dije como quien llora porque el iPad no carga.
Como quien quiere atención porque su latte está tibio.
Y sin embargo, sí: tengo ansiedad.
Una de verdad. De la que huele a hospital, sabe a hipoglucemia y suena como tu papá llorando en el coche mientras maneja para que no te mueras.

Mi ansiedad no es “porque el capitalismo me agobia”.
Es porque mi cuerpo viene con un historial clínico que haría llorar a House.
Diabetes tipo 1 desde los siete años, ceguera progresiva, una mandíbula de titanio que me hace sonar como villano de anime… y una necesidad casi suicida de cambiar el mundo yo solo, desde un cuarto, con WiFi que se corta cuando más lo necesito.

Pero no, no llores por mí, Argentina.
No soy víctima.
Soy el autor de esta tragicomedia donde todos los chistes son internos… porque, francamente, ya ni puedo verlos bien.

Tengo ansiedad, sí. Pero no porque me “importa la justicia social”.
Yo no me pierdo en debates sobre si Barbie es feminista o si los mapaches también merecen representación en los Oscars.
No tengo tiempo para eso.
Estoy demasiado ocupado intentando no morirme.
Y si me muero, al menos que sea construyendo una app que sirva de algo, no tuiteando sobre “sororidad fiscal”.

Mi perro —Benji— no es un guía.
Es un testigo.
Un bicho fiel que me acompaña como si supiera que su amo está tan averiado que el paseo diario es su única conexión cuerda con el mundo.
Y aún así, me mira como diciendo: “bro, mínimo avísame si vas a llorar en la banqueta para que no me avergüences”.

Pero volvamos a la ansiedad.
Esa compañera de cuarto que nunca paga renta, pero siempre te roba el sueño.
Que no necesita razón para aparecer. Le basta con un “¿y si GlucoMentor fracasa?”, un “¿y si me da otra baja?”, o simplemente recordar que, por más que logre algo, siempre seré “ese que tiene un cuerpo de Frankenstein y una vida de experimento”.

Y sí, me burlo. Porque es eso o gritarle al vacío.
Porque si me tomo en serio todo lo que me pasa, exploto.
Y aún no he encontrado una forma digna de limpiar entrañas de ansiedad en alfombra barata.

¿Quieres saber qué es ansiedad?
Ansiedad es tener que ser tu propio médico, ingeniero, motivador y community manager… todo mientras tu cuerpo se autodestruye con elegancia clínica.
Ansiedad es ver cómo el mundo celebra tonterías mientras tú te esfuerzas por construir algo que tal vez nadie use, pero que para ti significa no rendirte.

Y aún así, aquí estoy.
Escribiendo. Burlándome. Ardiendo.Porque aunque parezca que me odio, en el fondo, lo que estoy haciendo es mostrarme sin filtro para que otros puedan verse sin vergüenza.
Porque si tú también sientes que te estás pudriendo por dentro, pero igual das pelea…
Hola, Mi nombre es Fer Mavec y tingi ansiedid.

Si quieres formar parte de los usuarios que ya están probando GlucoMentor, envía un correo electrónico a fer@glucomentor.io

Share: Facebook Twitter Linkedin