Fer Mavec

Hello Wolf!

septiembre 2, 2025 | Fer Mavec

Las ventajas de ser invisible y no ver lo visible

Hay una película llamada Las ventajas de ser invisible. El título ya es una trampa: nadie habla nunca de las ventajas de ser invisible. Nadie cuenta que ser invisible no es como el superpoder de Marvel, sino como el mal chiste de la vida real: estar rodeado de gente y aún así sentirte como un mueble barato de IKEA. El protagonista de la cinta intenta sobrevivir a la adolescencia escondiéndose en las sombras, con esa ternura incómoda de quien quiere encajar en una fiesta a la que nunca lo invitaron. Básicamente, la historia de todos los que alguna vez nos dimos cuenta de que la soledad no es un drama romántico, sino una logística cruel.

Ser invisible se parece bastante a ser ciego en un mundo que insiste en diseñarse sólo para los que ven. No lo digo con victimismo; lo digo con la ironía de quien tiene un título profesional esperándome en una oficina brillante y aséptica, como un trofeo ridículo en una repisa… y aún así no puedo ir a recogerlo porque no conozco el lugar y nadie quiso acompañarme. “Compromisos personales”, dicen. Como si mi derecho a celebrar un logro no entrara en la categoría de “importante”. Es curioso: la amistad se promociona como ese lazo eterno, pero en la práctica funciona como Netflix, con cláusula de cancelación inmediata y sin reembolso.

Esperar conectar con gente de valor es como enviar botellas al mar en plena tormenta. A veces llegan, pero la mayoría se hunde antes de que alguien siquiera lea tu mensaje. Invisible, ciego, solo… ¿qué diferencia hay? La vida social se convierte en un tablero donde los demás juegan al ajedrez y tú apenas puedes tocar las piezas. Claro, cuando conviene, aparecerán con discursos de “aquí estamos para ti”. Pero la semana en la que necesitas algo real, tangible, su agenda resulta más sagrada que la Biblia en la mesa de una abuela católica.

Así que, como el protagonista de Las ventajas de ser invisible, termino apostando por mi propia versión de supervivencia. En vez de drogas indie y cintas de The Smiths, lo mío será lanzarme a recoger el diploma armado con mis Ray-Ban Meta, esa mezcla rara entre cyborg de tercera y turista despistado. Mi “amiga” será la IA de los lentes: esa voz robótica que me guiará entre calles, puertas y escaleras, esperando que no me dé instrucciones estilo GPS de los noventa: “gire a la derecha”… justo hacia el vacío del octavo piso. Imagínate el titular: “Joven recién titulado logra hazaña académica y muere por confiar en su asistente virtual”. Sería tan poéticamente absurdo que Kafka se sentiría orgulloso.

Pero en el fondo, hay cierta belleza en esto. Ser invisible no siempre es tragedia: a veces es la prueba máxima de autonomía. Sí, es jodido que el mundo se olvide de ti cuando necesitas compañía, pero también es un recordatorio brutal de que las medallas y los títulos se recogen solo, porque nadie más puede cargarlos por ti. Quizás ahí esté la verdadera ventaja de ser invisible: que cuando caminas con la incertidumbre como única brújula, cualquier gesto de compañía —humana o artificial— se convierte en un lujo. Y al final, si logro traerme ese diploma entero y no estampado en el asfalto, brindaré con mi IA, aunque sea con la misma frialdad con la que Chaplin brindaba con un par de panes clavados en tenedores.

Invisible, ciego, o simplemente solo: da igual. El verdadero peligro no es el vacío del octavo piso, sino descubrir que, incluso rodeado de gente, sigues caminando solo.

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Burnout Club
julio 28, 2025 | Fer Mavec

Bienvenido al Burnout Club

“Bienvenido a Burnout Club”

Esta es tu vida y se está acabando un sprint a la vez. Te levantas a las 5 a. m., bebes café keto con MCT y vomitas credenciales de LinkedIn, porque en Silicon Valley la vigilia es religión y el sueño, pecado venial. Yo soy Tyler Durden versión start-up: cofundador, CTO, profeta del “pivot o muere”. Y, por cierto, mi páncreas quebró antes que WeWork, mis retinas funcionan tan bien como la contabilidad de Enron y mi ansiedad cotiza al alza en Nasdaq.

Dicen que emprender es fabricar futuro; en realidad fabricas incendios con el cuerpo como yesca. El hustle porn vende serotonina de garrafón: “Trabaja mientras los otros duermen”. Hermano, yo no duermo: monitoreo glucosa a las 3 a. m., respondo Slack a las 4 y a las 5 ya estoy explicándole a mi perro guía—aka QA engineer—por qué el deploy rompió producción y mi cordura.

La diabetes no es inconveniente, es stakeholder: exige KPI de insulina minuto a minuto. La ceguera, mi maestra UX; me obligó a diseñar pantallas que un murciélago con hang-over entienda. Y la ansiedad… bueno, ella es CFO: calcula cuántos pensamientos catastróficos por segundo puede soportar el cash-flow emocional antes de declararme en Chapter 11 espiritual.

Burnout es la fiebre de los fundadores: te asa el lóbulo frontal, te deja ojeras Pantone #000000 y te convence de que la próxima feature salvará el trimestre y tu autoestima. Spoiler: no hay feature suficiente para llenar un agujero existencial del tamaño de SoftBank. Pero seguimos codificando, porque parar sería confesar que la start-up somos nosotros—y estamos glitcheados de fábrica.

¿Recuerdas la primera regla de Fight Club? No se habla de Fight Club. La primera regla de Burnout Club es negar que estás quemado. Sonríes en Zoom, ocultas el temblor hipoglucémico bajo un filtro “piel radiante” y sueltas un “¡Todo genial, equipo!”. Mientras tanto, tu corazón corre maratones y tu Apple Watch manda alertas que ignoras con la elegancia de un político ante un reporte de corrupción.

Yo predico el evangelio del “minimum viable sanity”. Itera, pero también inhala. Refactoriza código y hábitos: git push + siesta táctico-anárquica. Dile a tu ego que un pull request rechazado duele menos que una amputación por neuropatía. Y si el inversor exige horas extra, recuérdale que sin fundador vivo no hay exit glorioso—solo un obituario en TechCrunch con emojis de condolencia.

La ceguera me dio superpoder auditivo; ahora escucho las mentiras corporativas como murmullo ultrasónico: “Cultura flexible” significa trabajar domingos, “familia” es sinónimo de equity diluido y “bienestar” una suscripción a Headspace pagada en plan básico. Mi consejo: imprime esas frases en papel reciclado y úsalo de yesca para encender la fogata donde quemes tu síndrome del impostor.

Sí, soy un Tyler Durden con cap table: detesto la mediocridad complaciente, pero adoro la disrupción con fines de lucro—la contradicción que todo gurú niega y todo balance celebra. Quiero romper el sistema… cobrando SaaS mensual. Quiero libertad… con stock options. Y quiero salud… aunque mi cuerpo sea ese servidor legacy que parcha cada madrugada.

Así que, recluta, si te unes a Burnout Club recuerda: no hay trofeo para el mártir que entrega la última línea de código antes de colapsar. Hay facturas médicas, silencios incómodos y un panteón lleno de proyectos “revolucionarios” que murieron por falta de backup humano. Rompe el ciclo: apaga la laptop, inyecta insulina, abraza al perro—o al bug—y ríe de la ironía.

Porque la segunda regla de Burnout Club es: si empiezas a arder, asegúrate de alumbrar tu propia salida. Y, créeme, nada quema tan brillante como un emprendedor que aprendió a pivotar antes de convertirse en ceniza premium para el siguiente keynote motivacional.

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Cambiar estrategia
julio 22, 2025 | Fer Mavec

Cambiar la Estrategia

Napoleón cruzó la frontera rusa convencido de que la victoria era un trámite. Llevaba mapas impecables, discursos épicos y un ego blindado; le faltó, sin embargo, alguien que le chismeara que el invierno no firma armisticios. Eso mismo le pasa al emprendedor que imagina rondas de inversión color pastel y termina lidiando con facturas impagas, clientes fantasmas y un backlog que huele a trinchera. Porque el camino real no respeta el pitch deck: se extiende, se hiela, te muerde los talones y encima te exige sonrisa.

Yo lo sé: dirijo mi pequeña “Gran Armada” con diabetes, ansiedad y un perro que me sirve de radar en la niebla. Son mis condiciones de combate, no la batalla. La guerra —verdadera— es emprender. Y como Bonaparte, salgo cada mañana a conquistar Moscú con un MVP bajo el brazo y un ejército de páginas en Notion que prometen gloria. Pero de pronto, la ruta pavimentada se convierte en pantano: el algoritmo cambia, el usuario bosteza, el servidor arde. La épica se desinfla y solo queda la tundra.

El problema no es fracasar, sino no darte cuenta de que ya lo estás haciendo. Napoleón siguió avanzando kilómetros después de que la logística se quebró; uno sigue iterando features cuando el mercado ya selló su veredicto: meh. Cambiar de estrategia exige el músculo que más duele entrenar: la humildad. Porque para pivotar hay que declararse en bancarrota emocional: “Esto no está funcionando y es culpa mía, no del clima, no del algoritmo, no de Mercurio retrógrado.”

En teoría es sencillo: observa, aprende, corrige. En la práctica se siente como amputarte la pierna creativa en pleno galope. Hay un sesgo de terquedad tatuado en nuestra frente que susurra: “Otra sprintsito más y sale”. Fue el susurro que congeló a Francia en las estepas. Hoy congela startups en su propia deuda técnica.

¿Cómo se afina el radar para detectar la tormenta antes de que entierre al proyecto?

  1. Inventario brutal: cuenta recursos como quien cuenta balas. Si tu runway es un bostezo, no planees maratones de funcionalidades nuevas.
  2. Versiones mínimas, no monumentos: el Palacio de Invierno no se toma con maquetas 3 D; se toma con prototipos que espían rápido y escapan antes de que llegue el frío.
  3. Consejeros anticongelación: busca al equivalente de esos generales que recomendaron retirada. Mentores que no teman decirte: “Estás empantanado, regresa y reagrupa.”
  4. Mapas vivos: los OKR impresos en mármol son lápidas. Cada trimestre reescribe tu hoja de ruta como si Moscú se hubiera movido diez centímetros —porque lo hizo.

La verdadera hazaña no es llegar sino ajustar el timón sin hundir la nave. Napoleón volvió a París con menos hombres y más preguntas; los emprendedores volvemos al tablero con menos fondos y más arrugas. La victoria, si llega, no premia la inercia sino la conciencia: ese segundo incómodo en que admites que tu ruta heroica es, en realidad, una masacre logística.

Así que guarda en tu bolsillo un termómetro de realidad. Cuando empiece a marcar cero grados en métricas, moral o mercado, no intentes motivarte con frases de LinkedIn; busca abrigo, replantea el plan, recorta peso muerto y cambia de marcha. El frío no perdona a los testarudos.

Napoleón perdió Moscú pero aprendió a no subestimar la distancia entre el mapa y el terreno. Si nosotros tenemos la lucidez de aceptar que el camino se dobla —y el coraje de doblarnos con él— quizá regresemos con menos oros en la charretera, sí, pero con la empresa todavía respirando y el futuro aún negociable.

Porque al final, conquistar algo no es imponer tu voluntad al mundo; es negociar con las ventiscas y redibujar tu estrategia antes de quedar sepultado bajo nieve ideológica. Y eso, amigo emprendedor, vale más que cualquier medalla acuñada en un PowerPoint triunfal.

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Democratizar
julio 10, 2025 | Fer Mavec

Democratizar la salud no es repartir curitas: es patear mesas donde sobran Excel y faltan personas

Hablemos de disrupción.
No la versión LinkedIn donde un güey con chaleco dice que vender agua alcalina con IA es “cambiar paradigmas”.
No. La disrupción de verdad.
La que incomoda. La que pregunta por qué seguimos haciendo las cosas como en 1998 pero con pantallas más brillosas.

Y en salud, disrumpir ya no es lujo. Es urgencia. Es casi triage ético.
Porque mientras más apps fitness aparecen con frases motivacionales y fotos de yogurts felices, la diabetes sigue cobrando piernas, ojos y dignidad.
Pero eso sí: todos con su pulsera inteligente de $5,000 para “medir pasos”.

GlucoMentor nace de ahí: del hartazgo funcional.
Todavía no es el gran oráculo de la glucosa. No predice tu futuro, ni reemplaza al endocrino, ni te dice cuántas tortillas puedes comer sin colapsar.
Pero ya hace algo importante: te ayuda a no perder el piso.
Literal.
Porque perder el piso, con diabetes, no es metáfora. Es diagnóstico.

¿Y cómo lo hace? Con IA.
Sí, con modelos de lenguaje.
No para hacer poesía ni para contarte cuentos de autoayuda, sino para simplificarte la vida cuando la vida ya viene complicada de fábrica.

¿No sabes cómo interpretar tu registro? La IA lo traduce.
¿Te sientes perdido? Te guía.
¿Te estás saboteando sin darte cuenta? Te lo dice.
Y todo esto, sin pedirte que aprendas endocrinología, nutrición y psicología conductual al mismo tiempo mientras sobrevives la semana.

Porque democratizar la salud es eso:
Dar acceso a inteligencia aplicada que te permita vivir mejor antes de que te corten los pies, no después.
Y hacerlo sin que tengas que pagar suscripciones más caras que tu tratamiento.
Sin que necesites inglés técnico.
Y sin que nadie te hable como si fueras un idiota por no entender tu propia enfermedad.

¿Está GlucoMentor ahí ya?
No.
Pero va.
Cada línea de código, cada prueba con usuarios, cada error corregido… va.
Y eso ya incomoda.
Porque el sistema está hecho para mantenerse igual, no para que venga un cabrón desde su cuarto, con un LLM, y diga: esto no basta.

Usamos IA no porque sea moda, sino porque es lo único que responde sin pedir licencia institucional.
Y porque si va a haber algoritmos, que al menos sean usados para salvar pies, no para vender seguros disfrazados de bienestar.

Así que sí: democratizar la salud es una palabra grande.
Pero a veces empieza con algo pequeño: una app que no da discursos, pero sí herramientas.

Y si eso molesta, mejor.
Las revoluciones útiles nunca empiezan con aplausos.

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Vivir con Diabetes
julio 9, 2025 | Fer Mavec

Un día típico con diabetes y ceguera

6:00 am.
Suena la alarma y no prendo la luz.
No por misticismo zen ni para ahorrar energía.
Simplemente porque… ¿en serio? ¿Para qué?
No ver es un gran ahorro energético, ambiental y emocional.
Además, la oscuridad ya viene integrada.

Saco a pasear a Benji, mi perro y compañero de ruta.
No guía, compañero. Porque si esperas que me guíe, acabamos los dos en el periférico.
A esta hora no hay coches, no hay ruido, no hay idiotas grabando TikToks a media acera.
Solo yo, Benji, y el oído funcionando como sonar de submarino mal calibrado.

Regreso. Preparo mi día.
Desayuno algo decente, más por disciplina que por ganas.
Pongo las noticias para enterarme de cómo planea destruir la 4T el país hoy.
A veces me pregunto si AMLO tiene un generador de caos aleatorio.
Hoy: cancelar algo útil. Mañana: enojarse con un país extranjero. Pasado: comparar a Benito Juárez con Iron Man.

Me pongo la insulina.
Para eso uso el celular con zoom nivel telescopio de la NASA, porque entre la ceguera y el diseño moderno de los números en las plumas, medir bien la dosis es como intentar operar una bomba con guantes de box.

Ejercicio en casa. Porque me gusta no morir atropellado.
El mundo exterior es una pista de obstáculos para los que vemos con el alma.
Además, no hay gimnasio que entienda lo que es tropezarte con un step y con tu propia frustración.

Luego viene el trabajo: codear.
Una actividad solitaria, técnica, mental… perfecta para alguien que ya vive como ermitaño con WiFi.
Pero sí, programo. Sin ver. Con lectores de pantalla, memoria muscular y un odio muy funcional hacia las interfaces mal hechas.

A las 2 como.
Siempre con el reloj en una mano y el sensor de glucosa en otra.
Comer con diabetes es como negociar con un cártel: todo puede salir bien… o te secuestran el páncreas.

Luego regreso a escribir, investigar, afinar ideas.
A las 4:30 Benji tiene su segunda salida express.
No porque no lo quiera, sino porque afuera ya hay ruido, coches, gente con audífonos, patinetas, niños gritando y otras amenazas para la estabilidad emocional.

Cierro el día con audiolibros, algún podcast sobre cómo mejorar productos o simplemente pensando en nuevas formas de hacer que GlucoMentor no sea solo una app… sino una puta navaja suiza contra la indiferencia clínica.

Y por la noche, para cerrar con elegancia, me aviento un capítulo de Daredevil.
Porque sí, hasta los ciegos necesitamos héroes.
Y si él puede madrearse a diez tipos sin ver, yo puedo al menos corregir un bug y sobrevivir otro día sin colapsar.

Así es un día típico.
Sin épica.
Sin música inspiradora.
Pero con algo que muchos no entienden: estructura. Lucha. Ternura de perro. Sarcasmo. Y sí, muchas ganas de seguir, aunque sea solo para ver cómo termina esta serie.Y si no veo cómo termina…
al menos que me lo cuente alguien que sepa hacerlo bien.

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Comunidad
julio 8, 2025 | Fer Mavec

¿Agorafobia? La importancia de la comunidad al construir algo

Confesión incómoda: yo no creo en la comunidad.
O al menos, no creía.
Siempre fui más de la escuela “hazlo tú mismo, no le debes nada a nadie, nadie vendrá a salvarte”.
Sí: la filosofía de la independencia radical. Del individuo como unidad sagrada.
La misma que te hace pensar que pedir ayuda es una debilidad, y que si te va mal, es tu culpa por no leer más libros de Naval Ravikant.

Spoiler: no es tan simple.
En la salud —y sobre todo en la enfermedad crónica— hay momentos donde tu libertad individual vale menos que una recomendación de TikTok.
Porque cuando tu cuerpo decide boicotearte, el heroísmo solitario se vuelve masturbación emocional.
Y créeme: no hay app que lo arregle si no hay otros ahí para levantar el desmadre contigo.

No estoy diciendo que ahora sea un hippie de fogata y abrazo gratuito.
Sigo creyendo en el mérito, la autonomía, el derecho a decir “no quiero compartir esto”.
Pero también aprendí —a putazos, claro— que hay cosas que solos no se sostienen.
Y que la salud, aunque se viva en primera persona, se sobrevive en comunidad.

No me refiero a colectivismos delirantes donde todos somos uno y nadie es responsable de nada.
Eso me da alergia.
Me refiero a la comunidad real.
La que te presta una tira reactiva cuando no tienes.
La que entiende que no puedes comer “lo que sea” en la fiesta y no te jode.
La que responde tu mensaje a las tres de la mañana cuando estás teniendo un bajón de glucosa y te sientes como un mueble mal conectado.

En GlucoMentor, por ejemplo, estamos empezando a ver eso:
Gente que no se conoce, pero que se apoya.
Personas que no comparten ideología, pero sí un cuerpo que amenaza todos los días con colapsar.
Y en ese espacio, sin discursos, sin banderas, sin discursos de marketing emocional…
…pasa algo profundamente humano: acompañar sin imponer.

No porque “la comunidad es amor”.
Sino porque, aunque seas el lobo solitario más hardcore, tarde o temprano te rompes.
Y cuando te rompes, más vale que haya alguien que sepa cómo recogerte.

Lo irónico es que ese tipo de comunidad no se construye con hashtags ni pancartas.
Se construye con presencia. Con honestidad.
Con gente que no te juzga por estar mal, ni te exige que finjas estar bien.

Y eso, aunque joda admitirlo, vale más que cualquier filosofía individualista llevada al extremo.
Porque el problema no es creer en uno mismo.
El problema es creer que eso basta.

¿Sabes cuándo me di cuenta?
Cuando, después de tanto insistir en hacerlo todo solo, alguien me dijo:
“Fer, no eres débil por necesitar ayuda. Eres un necio si crees que no la mereces.”

Me dolió. Y tenía razón.

Así que sí, sigo creyendo en el valor del individuo.
Pero aprendí que el que se aísla por orgullo, termina siendo libre… para colapsar en silencio.

La salud no es un deporte extremo.
Es una red.
Y por más que te encante andar sin arnés, más vale que haya alguien abajo.
Por si resbalas.
Por si dudas.
O por si simplemente ya no puedes más.La comunidad no te salva.
Pero te sostiene.
Y a veces, eso es más importante.

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Tengo Miedo
julio 7, 2025 | Fer Mavec

Tengo miedo de fracasar. Y también de no intentarlo. Así que me jodo

Hablemos del miedo a fracasar.
Ese compañero fiel. Ese roomie emocional que nunca lava los trastes y vive rent free en tu pecho.
Muchos dicen que lo enfrentan con meditación, journaling, mindset positivo.
Yo me lo trago como si fuera tequila: sin sal, sin limón, y con el estómago vacío.

No lo enfrento.
Me cago de miedo.
Cada día. Cada línea de código. Cada prueba de GlucoMentor. Cada vez que alguien me pregunta “¿y cómo va tu app?”.
Tengo que contenerme para no contestar: “va… como una persona en llamas que aprendió a caminar sobre brasas mientras hace malabares con cuchillos y deudas.”

Porque fracasar no me da miedo por el fracaso en sí.
Me da miedo por la escena del fracaso.
Ya sabes: el silencio incómodo.
La mirada de lástima.
El “yo te dije” dicho con esa sonrisa pasivo-agresiva de quien nunca ha hecho nada, pero siempre tiene razón cuando tú caes.

Estrategias para lidiar con eso:
Cero.

No tengo técnicas de respiración.
No tengo mantras pegados en el espejo.
Lo que tengo es una combinación bastante funcional de ansiedad, desensibilización emocional y sentido del humor tan oscuro que si lo analizas bien, probablemente estoy llorando por dentro con cada chiste.

Lo que sí tengo es esto:
nada que perder.

Cuando ya te arrancaron la vista, te quitaron una parte del cuerpo y te dijeron más veces “vas a tener que adaptarte” que “feliz cumpleaños”, el miedo cambia de color.
No desaparece. Pero ya no paraliza.
Se vuelve como un jefe culero: lo odias, pero lo conoces tan bien que sabes cómo hacerle el mínimo indispensable para seguir en la nómina.

Así que cada que pienso: “¿y si GlucoMentor fracasa?”, la respuesta es:
“Pues sí, probablemente. Pero al menos no me rendí como los que se esconden detrás del perfeccionismo y nunca publican nada.”

¿Quieres saber cómo sigo adelante?
No porque crea que va a salir bien.
Sigo porque, honestamente, es lo único que tengo.
Y porque si ya estoy hecho mierda por dentro, al menos que esa mierda sirva para abonar algo.

Fracasar no me da miedo por mí.
Me da miedo por los otros: los que creen en esto.
Los que prueban la app. Los que están igual o peor.
Y eso es lo que me mantiene en movimiento. No la esperanza.
La responsabilidad.
Esa hija de puta que nunca te aplaude, pero siempre te empuja.

Así que sí, tengo miedo.
Pero también tengo rabia, una laptop, y un historial médico que grita “hazlo ya, cabrón, que no hay tiempo”.

Fracasar es casi seguro.
No intentarlo es imperdonable.

Y yo… al menos quiero fracasar de frente, con estilo, y dejando algo que valga la pena.

Aunque sea este texto.

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Emprender es Soledad
julio 6, 2025 | Fer Mavec

La soledad del emprendedor invisible: bienvenidos al club de los que aún no existen

Dicen que emprender es un camino solitario.
Mentira.
Emprender es un pueblo fantasma.
Un desierto donde caminas con la mochila llena de ideas, código, insomnio y Google Docs sin abrir…
…y no hay nadie.

Silencio.

La gente ama las historias de éxito.
La app que “revolucionó todo”. El proyecto que “transformó vidas”.
Pero nadie quiere hablar del proceso anterior: ese purgatorio donde no tienes producto terminado, ni usuarios, ni prensa, ni premios, ni palmaditas.
Solo ganas. Y una sospecha incómoda de que quizá estás haciendo todo mal.

Bienvenidos a la soledad del emprendedor invisible.
Ese que trabaja cada día en una idea que aún no existe.
Ese que construye sin saber si alguien más, algún día, va a darle clic.

No hay likes.
No hay feedback.
Apenas y hay batería.

Y claro, siempre hay alguien que te dice: “Lo importante es creer en ti”.
Hermoso. Gracias, coach emocional.
¿Quieres también pagar el hosting?

Trabajar en algo que nadie conoce todavía es como gritar en una cueva con eco lento.
Las ideas rebotan. Se afinan. Se corrigen.
Pero el silencio sigue.
Y con él, la duda: ¿vale la pena esto que estoy haciendo? ¿O me estoy convirtiendo en un loco que le habla a un algoritmo imaginario?

Spoiler: no lo sabes.
Y eso es lo más jodido.

Porque no tener validación externa cuando estás lanzando algo es como caminar sin sombra.
Estás tú… y nada más.
Ni aplausos.
Ni críticas.
Ni “oye, se ve chido”.

Solo trabajo.
Invisibilidad.
Y un perro que te ve como diciendo: “hermano, mínimo sal a oler pasto”.

Lo curioso es que este silencio también es libertad.
Cuando nadie te ve, nadie te interrumpe.
Nadie te exige métricas, ni roadmaps, ni “pivotar”.
Puedes pensar. Puedes afinar.
Puedes construir algo que tenga sentido antes de que el mundo lo arruine con sus expectativas.

Pero no te confundas: la soledad no es romántica.
No hay velas. No hay paz.
Hay tensión muscular. Hay miedo. Hay días donde hasta la tostadora te juzga.

Y sin embargo, es necesaria.

Porque las ideas verdaderas no nacen en las luces del escenario.
Nacen en la trinchera.
En la noche silenciosa.
En la pantalla que parpadea.
En ese instante ridículo en el que, por quinta vez, piensas que esto no tiene sentido, pero igual sigues escribiendo.

Así se construye. Así se emprende.

Si estás ahí, en esa etapa sin testigos, sin prensa, sin “caso de éxito”, solo con tu proyecto y tu terquedad…
felicidades.No eres nadie.
Y eso, por ahora, es perfecto.

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IA más que magia
julio 5, 2025 | Fer Mavec

IA no es magia, ni sticker kawaii: es tu nueva esclava con doctorado

“Oye chat, ¿Cómo puedo enamorar a… “
Perdón, me distraje viendo cómo la IA te transforma en una mezcla entre guerrero medieval y modelo de shampoo.
Porque sí: para muchos, la inteligencia artificial es eso —una fábrica de selfies con fondo etéreo.
O peor aún, una bola de humo disruptivo para que los emprendedores digan que están “haciendo algo con IA” cuando en realidad están vendiendo Excel con esteroides.

Pero en GlucoMentor, la IA no hace ni arte digital ni pendejadas.
Hace trabajo pesado.
Hace lo que los humanos no pueden, no quieren o simplemente hacen mal porque están tratando de sobrevivir.

¿Y qué hace exactamente?

  • Detecta patrones donde antes solo había caos.
  • Compara comidas, horarios, niveles de glucosa y estados del tiempo para anticipar desastres metabólicos con más elegancia que un nutricionista con jet lag.
  • Reconoce errores del usuario sin gritarle como un médico frustrado, y sugiere ajustes con una lógica más coherente que muchos protocolos institucionales.
  • Y en fases futuras, va a ser capaz de predecir bajones y subidas con una precisión que no da likes, pero sí años de vida.

La IA no reemplaza a nadie. Multiplica capacidades.
Y si se la entrena bien, puede convertirse en un copiloto clínico que no bosteza, no se distrae, y no te responde “es que así es el sistema”.

Claro, hay que domarla. Alimentarla. Ponerle límites.
Porque si la dejas suelta, termina recomendando que te comas un pastel a las 2 a.m. “porque la tristeza es válida”.

GlucoMentor usa IA porque lo necesita.
Porque para acompañar la complejidad diaria de vivir con diabetes, se necesita más que buena voluntad y emojis con caritas felices.
Se necesita una mente fría que entienda variables, sepa cruzarlas, y tenga la decencia de decirte lo que nadie más te dice: «Esto no está funcionando, y aquí tienes por qué.»

Así que no: IA no es magia.
No es conciencia artificial.
No es tu novia pixelada.
Es tu asistente obsesiva-compulsiva con acceso a tus datos y cero paciencia para la paja emocional.

Y usada bien, puede salvarte el día. O al menos evitar que lo arruines tú solo.En GlucoMentor, le estamos dando órdenes.
Y hasta ahora, está obedeciendo.
Ya veremos cuánto tarda en pedir sindicato.

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Crear a Ciegas
julio 2, 2025 | Fer Mavec

Crear a Ciegas

Todo esto empezó sin plan de negocios, sin inversión semilla, sin cofounders con camisetas negras y frases tipo “fail fast”.
Empezó en un cuarto. Oscuro. Silencioso.
Con un cuerpo que lleva 31 años lidiando con diabetes tipo 1, ceguera por retinopatía diabética, y una mandíbula reconstruida porque un tumor decidió que comer y hablar ya eran lujos.

No hay storytelling inspirador aquí. Hay necesidad. Cruda, directa, sin ornamentos.
GlucoMentor nació de eso.
No porque “vi una oportunidad en el mercado”. Porque me cansé de ver (antes de quedarme ciego, irónicamente) cómo nadie hacía lo que tenía que hacerse.

GlucoMentor aún no existe. Técnicamente. Está en pruebas, en ajustes, en ese purgatorio al que van las ideas cuando todavía no están listas para el mundo, pero el mundo ya las necesita.
No hay usuarios todavía. Solo testers por invitación.
Personas con diabetes, como yo, que entienden que vivir con esta condición no es un malestar, es una carrera de obstáculos disfrazada de rutina.

GlucoMentor no es una app para ciegos.
Es para personas con diabetes que están hartas de que todo lo que se diseña para “ayudarlos” venga con estrellitas motivacionales, gráficas indescifrables o consejos médicos que suenan más a regaño que a apoyo.

Quiero que esta app diga la verdad.
Que entienda lo que significa amanecer con 250 de glucosa porque cenaste tarde y dormiste mal.
Que no te felicite con emojis si estuviste en rango, sino que te diga: “oye, hoy lo lograste… con todo en contra”.
Quiero que sepa que la diabetes no se vive en los datos, se vive en los días. En el trabajo. En las decisiones pequeñas que nadie ve.

Y por eso, este blog.
No para hablar de métricas. Para hablar de realidad.
De cómo se construye algo así desde la soledad, el cansancio y el cuerpo al límite.
De lo que significa emprender cuando no tienes vista, pero sí claridad brutal sobre lo que está mal.
De lo que se siente dedicarle horas, días y semanas a un proyecto que tal vez muera. Tal vez nadie use. Tal vez no llegue.
O tal vez sí.

Este es mi diario de guerra.
No contra la diabetes —esa ya la peleo desde los siete años.
Sino contra la indiferencia. Contra la pereza de un sistema que se acostumbró al “así es”.
Contra la idea de que todo tiene que ser perfecto antes de empezar. Spoiler: nunca lo es.

GlucoMentor es todo o nada.
Porque yo no tengo más tiempo para esperar que alguien más lo haga.
Y si vas a apostar algo con el cuerpo como campo de batalla… más vale que sea por algo que valga la pena.

Soy Fer Mavec. Estoy ciego. Tengo diabetes. Y estoy construyendo algo que no existe…
…pero que podría —si todo sale bien— cambiar un pedazo del mundo.

Bienvenido al viaje.

Si te interesa saber más sobre GlucoMentor y formar parte de los primeros usuarios de prueba, manda un correo a fer@glucomentor.io

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