
¿Agorafobia? La importancia de la comunidad al construir algo
Confesión incómoda: yo no creo en la comunidad.
O al menos, no creía.
Siempre fui más de la escuela “hazlo tú mismo, no le debes nada a nadie, nadie vendrá a salvarte”.
Sí: la filosofía de la independencia radical. Del individuo como unidad sagrada.
La misma que te hace pensar que pedir ayuda es una debilidad, y que si te va mal, es tu culpa por no leer más libros de Naval Ravikant.
Spoiler: no es tan simple.
En la salud —y sobre todo en la enfermedad crónica— hay momentos donde tu libertad individual vale menos que una recomendación de TikTok.
Porque cuando tu cuerpo decide boicotearte, el heroísmo solitario se vuelve masturbación emocional.
Y créeme: no hay app que lo arregle si no hay otros ahí para levantar el desmadre contigo.
No estoy diciendo que ahora sea un hippie de fogata y abrazo gratuito.
Sigo creyendo en el mérito, la autonomía, el derecho a decir “no quiero compartir esto”.
Pero también aprendí —a putazos, claro— que hay cosas que solos no se sostienen.
Y que la salud, aunque se viva en primera persona, se sobrevive en comunidad.
No me refiero a colectivismos delirantes donde todos somos uno y nadie es responsable de nada.
Eso me da alergia.
Me refiero a la comunidad real.
La que te presta una tira reactiva cuando no tienes.
La que entiende que no puedes comer “lo que sea” en la fiesta y no te jode.
La que responde tu mensaje a las tres de la mañana cuando estás teniendo un bajón de glucosa y te sientes como un mueble mal conectado.
En GlucoMentor, por ejemplo, estamos empezando a ver eso:
Gente que no se conoce, pero que se apoya.
Personas que no comparten ideología, pero sí un cuerpo que amenaza todos los días con colapsar.
Y en ese espacio, sin discursos, sin banderas, sin discursos de marketing emocional…
…pasa algo profundamente humano: acompañar sin imponer.
No porque “la comunidad es amor”.
Sino porque, aunque seas el lobo solitario más hardcore, tarde o temprano te rompes.
Y cuando te rompes, más vale que haya alguien que sepa cómo recogerte.
Lo irónico es que ese tipo de comunidad no se construye con hashtags ni pancartas.
Se construye con presencia. Con honestidad.
Con gente que no te juzga por estar mal, ni te exige que finjas estar bien.
Y eso, aunque joda admitirlo, vale más que cualquier filosofía individualista llevada al extremo.
Porque el problema no es creer en uno mismo.
El problema es creer que eso basta.
¿Sabes cuándo me di cuenta?
Cuando, después de tanto insistir en hacerlo todo solo, alguien me dijo:
“Fer, no eres débil por necesitar ayuda. Eres un necio si crees que no la mereces.”
Me dolió. Y tenía razón.
Así que sí, sigo creyendo en el valor del individuo.
Pero aprendí que el que se aísla por orgullo, termina siendo libre… para colapsar en silencio.
La salud no es un deporte extremo.
Es una red.
Y por más que te encante andar sin arnés, más vale que haya alguien abajo.
Por si resbalas.
Por si dudas.
O por si simplemente ya no puedes más.La comunidad no te salva.
Pero te sostiene.
Y a veces, eso es más importante.
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