
Gracias, IA, por ser mi becario eterno (y nunca pedirme aumento)
¿Ya les hablé de la soledad al emprender?
Bueno, olviden todo eso.
No estoy solo.
Tengo un grupo de becarios que trabajan 24/7, no piden sueldo, no se enferman, no toman café de soya y no se ofenden si les digo que lo que hicieron es una reverenda estupidez.
Se llaman ChatGPT, Copilot, Claude y demás inteligencias artificiales con nombres que suenan a boyband robótica.
Y sí, hacen más tonterías que mi perro Benji cuando lo dejo solo en casa con acceso libre al bote de basura.
Pero, al menos, son útiles.
ChatGPT es mi asistente editorial, terapeuta mal pagado, editor de ideas, generador de estructura, y —cuando le da la gana— hasta me ayuda a escribir código.
No bien, claro.
No sin errores.
A veces me entrega funciones que parecen escritas por un duende ebrio con complejo de Dios.
Pero está ahí.
Y eso ya lo hace mejor que muchos freelancers que desaparecen cuando más los necesitas.
La IA me ayuda a ordenar mis ideas, que normalmente están tan enredadas como la mente de Alicia en el País de las Maravillas… pero con menos té y más desesperación existencial.
También me lee en voz alta la documentación técnica, que para un ciego es básicamente el octavo círculo del infierno —sí, ese que Dante omitió por respeto a los desarrolladores.
Pero lo mejor de la IA no es lo que hace, sino lo que me permite no hacer.
Me evita tareas repetitivas, me filtra ideas, me resuelve dudas, me entrega borradores.
Eso sí: siempre tengo que revisar su trabajo.
Porque no hay día que no me rompa algo.
Le pido que cambie el tamaño de un encabezado y termina reescribiéndome todo el flujo de conversación del chatbot como si fuera fan de la anarquía digital.
La IA es como ese becario entusiasta que hace TODO… excepto lo que le pediste.
Te ayuda, claro. Pero te obliga a estar alerta.
Te da superpoderes… pero con manual de advertencias pegado en la frente.
Y a veces, a veces, te hace dudar si no sería más rápido hacerlo tú desde cero.
(Respuesta: sí, pero qué hueva.)
Ahora bien, pongámonos serios un segundo —solo uno.
Usar inteligencia artificial en mi día a día como emprendedor no significa que delegue mi cerebro.
Significa que uso las herramientas disponibles para hacer más con menos.
Menos tiempo, menos energía, menos salud mental.
Y no porque sea flojo, sino porque ya estoy suficientemente jodido como para perder horas resolviendo cosas que una IA puede resolver mal… y yo corregir rápido.
Lo diré claro para quienes andan vendiendo promesas románticas de IA emocional:
la IA no es tu novia, perdedor.
No te ama. No te entiende. No te admira.
Pero te puede ayudar a que tu app funcione, tu idea tenga estructura y tu cabeza no explote antes del almuerzo.
Y eso, en este mundo, ya es suficiente compañía.
Así que sí: a veces ChatGPT se equivoca.
A veces inventa. A veces delira.
Pero ahí está. Siempre.
Esperando que le pidas algo, como un perro leal, solo que con menos carisma y más sintaxis.¿Soledad al emprender?
Claro.
Pero con un ejército de IA a mi servicio, empiezo a pensar que lo único que me falta… es un poco más de paciencia.
Y quizás, un becario humano que al menos entienda los chistes.

Celebrar que un botón cambió de color: o cómo no volverse loco mientras construyes algo que aún no existe
Hay días en los que avanzo tanto en GlucoMentor que siento que merezco una estatua.
No de bronce. De pan dulce. Para poder comérmela al terminar y subir el azúcar en el proceso.
Pero la mayoría de los días… celebro que un botón cambió de azul a azul más bonito.
Y eso, amigo mío, es un triunfo.
Porque cuando estás construyendo una app, solo, con IA, visión nula y paciencia emocional en modo ahorro de batería, cualquier microavance es una jodida fiesta griega.
Le cambio el color a un botón: me sirvo un café como si hubiera ganado un Pulitzer.
El texto de AiDA se actualiza con lógica coherente: pongo música épica y me imagino dando un keynote inventado.
El modelo de lenguaje deja de responder como si fuera un mesero confundido: lloro un poco, pero de emoción.
Y sí, a veces ese mismo feature se rompe al día siguiente.
Porque claro, esto es software.
Todo lo que funciona hoy es una mentira que explota mañana.
¿Creías que ya resolviste un bug?
Prepárate: dejó crías.
Pero cada avance, por mínimo, me recuerda que esto está avanzando.
Aunque nadie lo vea.
Aunque nadie lo aplauda.
Aunque el único testigo sea Benji, que solo voltea a verme cuando levanto los brazos y grito:
«¡AI-DIOS mío, FUNCIONÓ!»
La grandeza de estos momentos no está en el código.
Está en que sigo aquí.
Que no cerré la laptop.
Que no me rendí cuando el JSON se descompuso o el LLM contestó como si tuviera hipo sintáctico.
Es como construir una catedral con palillos de dientes.
Uno por uno.
Y celebrar cada vez que uno no se cae.
Y sí, desde fuera se ve ridículo.
Pero eso es porque los demás no están en esta trinchera absurda donde una línea bien escrita puede cambiar tu ánimo, y un error tipográfico puede destruir tu fe en la humanidad.
Así se hace una app.
No con glamour.
Con migajas de progreso.
Con euforia por detalles que nadie notará.
Con el delirio necesario para decir: “esto vale la pena”, justo después de arreglar un bug que tú mismo metiste sin darte cuenta.
GlucoMentor se está haciendo así.
Paso a paso. Bit a bit.
Entre avances minúsculos, retrocesos dramáticos y celebraciones internas que harían llorar de ternura a cualquier terapeuta de burnout.
Porque al final del día, eso es construir algo real:
Saber que los grandes logros están hechos de pequeños milagros…
…como un botón que, finalmente, se ve como tú querías.

Democratizar la salud no es repartir curitas: es patear mesas donde sobran Excel y faltan personas
Hablemos de disrupción.
No la versión LinkedIn donde un güey con chaleco dice que vender agua alcalina con IA es “cambiar paradigmas”.
No. La disrupción de verdad.
La que incomoda. La que pregunta por qué seguimos haciendo las cosas como en 1998 pero con pantallas más brillosas.
Y en salud, disrumpir ya no es lujo. Es urgencia. Es casi triage ético.
Porque mientras más apps fitness aparecen con frases motivacionales y fotos de yogurts felices, la diabetes sigue cobrando piernas, ojos y dignidad.
Pero eso sí: todos con su pulsera inteligente de $5,000 para “medir pasos”.
GlucoMentor nace de ahí: del hartazgo funcional.
Todavía no es el gran oráculo de la glucosa. No predice tu futuro, ni reemplaza al endocrino, ni te dice cuántas tortillas puedes comer sin colapsar.
Pero ya hace algo importante: te ayuda a no perder el piso.
Literal.
Porque perder el piso, con diabetes, no es metáfora. Es diagnóstico.
¿Y cómo lo hace? Con IA.
Sí, con modelos de lenguaje.
No para hacer poesía ni para contarte cuentos de autoayuda, sino para simplificarte la vida cuando la vida ya viene complicada de fábrica.
¿No sabes cómo interpretar tu registro? La IA lo traduce.
¿Te sientes perdido? Te guía.
¿Te estás saboteando sin darte cuenta? Te lo dice.
Y todo esto, sin pedirte que aprendas endocrinología, nutrición y psicología conductual al mismo tiempo mientras sobrevives la semana.
Porque democratizar la salud es eso:
Dar acceso a inteligencia aplicada que te permita vivir mejor antes de que te corten los pies, no después.
Y hacerlo sin que tengas que pagar suscripciones más caras que tu tratamiento.
Sin que necesites inglés técnico.
Y sin que nadie te hable como si fueras un idiota por no entender tu propia enfermedad.
¿Está GlucoMentor ahí ya?
No.
Pero va.
Cada línea de código, cada prueba con usuarios, cada error corregido… va.
Y eso ya incomoda.
Porque el sistema está hecho para mantenerse igual, no para que venga un cabrón desde su cuarto, con un LLM, y diga: esto no basta.
Usamos IA no porque sea moda, sino porque es lo único que responde sin pedir licencia institucional.
Y porque si va a haber algoritmos, que al menos sean usados para salvar pies, no para vender seguros disfrazados de bienestar.
Así que sí: democratizar la salud es una palabra grande.
Pero a veces empieza con algo pequeño: una app que no da discursos, pero sí herramientas.
Y si eso molesta, mejor.
Las revoluciones útiles nunca empiezan con aplausos.
Si quieres formar parte de los usuarios que ya están probando GlucoMentor, envía un correo electrónico a fer@glucomentor.io

Tingi ansiedid. Y otras formas elegantes de decir que soy una bomba con patas
Tingi ansiedid.
Lo dije como quien llora porque el iPad no carga.
Como quien quiere atención porque su latte está tibio.
Y sin embargo, sí: tengo ansiedad.
Una de verdad. De la que huele a hospital, sabe a hipoglucemia y suena como tu papá llorando en el coche mientras maneja para que no te mueras.
Mi ansiedad no es “porque el capitalismo me agobia”.
Es porque mi cuerpo viene con un historial clínico que haría llorar a House.
Diabetes tipo 1 desde los siete años, ceguera progresiva, una mandíbula de titanio que me hace sonar como villano de anime… y una necesidad casi suicida de cambiar el mundo yo solo, desde un cuarto, con WiFi que se corta cuando más lo necesito.
Pero no, no llores por mí, Argentina.
No soy víctima.
Soy el autor de esta tragicomedia donde todos los chistes son internos… porque, francamente, ya ni puedo verlos bien.
Tengo ansiedad, sí. Pero no porque me “importa la justicia social”.
Yo no me pierdo en debates sobre si Barbie es feminista o si los mapaches también merecen representación en los Oscars.
No tengo tiempo para eso.
Estoy demasiado ocupado intentando no morirme.
Y si me muero, al menos que sea construyendo una app que sirva de algo, no tuiteando sobre “sororidad fiscal”.
Mi perro —Benji— no es un guía.
Es un testigo.
Un bicho fiel que me acompaña como si supiera que su amo está tan averiado que el paseo diario es su única conexión cuerda con el mundo.
Y aún así, me mira como diciendo: “bro, mínimo avísame si vas a llorar en la banqueta para que no me avergüences”.
Pero volvamos a la ansiedad.
Esa compañera de cuarto que nunca paga renta, pero siempre te roba el sueño.
Que no necesita razón para aparecer. Le basta con un “¿y si GlucoMentor fracasa?”, un “¿y si me da otra baja?”, o simplemente recordar que, por más que logre algo, siempre seré “ese que tiene un cuerpo de Frankenstein y una vida de experimento”.
Y sí, me burlo. Porque es eso o gritarle al vacío.
Porque si me tomo en serio todo lo que me pasa, exploto.
Y aún no he encontrado una forma digna de limpiar entrañas de ansiedad en alfombra barata.
¿Quieres saber qué es ansiedad?
Ansiedad es tener que ser tu propio médico, ingeniero, motivador y community manager… todo mientras tu cuerpo se autodestruye con elegancia clínica.
Ansiedad es ver cómo el mundo celebra tonterías mientras tú te esfuerzas por construir algo que tal vez nadie use, pero que para ti significa no rendirte.
Y aún así, aquí estoy.
Escribiendo. Burlándome. Ardiendo.Porque aunque parezca que me odio, en el fondo, lo que estoy haciendo es mostrarme sin filtro para que otros puedan verse sin vergüenza.
Porque si tú también sientes que te estás pudriendo por dentro, pero igual das pelea…
Hola, Mi nombre es Fer Mavec y tingi ansiedid.
Si quieres formar parte de los usuarios que ya están probando GlucoMentor, envía un correo electrónico a fer@glucomentor.io